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martes, 14 de febrero de 2012

No muy feliz San Valentín

El gusto de Domingo por la educación y la docencia, no son innatos en Sarmiento. Si bien es cierto que su labor por la educación le valió para el bronce el título de “Padre del aula”, fueron sus hermanas quienes ejercieron con mayor fuerza y pasión el arte del magisterio, y encendieron en su hermano varón el fuego del educador. 
Bienvenida, hermana siete años mayor que Domingo, lo acompañó en su derrotero por el Chile del exilio junto con la menor de los Sarmiento, Procesa, fundando escuelas en el país transandino y aquí, en Argentina, también.

A Procesa, la conocí casi de casualidad.  Yo le decía Pro, para abreviar.

La última vez que la vi, aquella tarde del 14 de febrero, día de San Valentín, patrono de los enamorados, y del onomástico de su hermano, Domingo Faustino, iba a confesarle mis más profundos sentimientos pero una incómoda comezón en la lengua, producto de una broma del cuyano alborotador, me privó del habla.

Yo me había convertido en una especie de sombra del maestro Amadeo Gras. Con el violín lo acompañaba, no con la misma maestría de Paganini, cuando dieron aquel concierto en Hannover en la Corte de Guillermo IV, pero me defendía.

Amadeo, por aquel entonces, poco se dedicaba a la música, y mi pobre contribución con el violín tampoco ayudaba demasiado a su suceso. Solo tocaba para amenizar alguna tertulia y ante la insistencia de la concurrencia.  El hecho de tocar el violonchelo colaboraba con la impostura de fingirse herniado y dispensarse de cargar con tan pesado instrumento.

Sin embargo, Amadeo seguía vinculado al arte a través de la pintura, y daba clases en su taller en San Juan en su breve paso por la ciudad. Sin el violín en mano, yo le servía de modelo vivo. Gracias a mi perfil griego, adquirido durante mis estudios en Atenas en los años de mi dorada juventud, era objeto de deseo de sus estudiantes para posar en la confección de retratos.

Recuerdo aquel día en que, acompañado de Benjamín Franklin Rawson, llegó Procesa al taller del maestro. Ella quería tomar clases con Gras para pulir su arte, al igual que Rawson, ya que la realización de retratos y miniaturas era muy requerida por las personas adineradas y más trascendentes de la época, y era una fuente de ingreso genuino para aquellos artistas jóvenes que prestaban sus servicios en estas artes.

Todavía conservo el retrato que firmó PS, junto a la dedicatoria que no transcribo porque soy un caballero.

Lo nuestro con Procesa fue eso, amor pictórico y de un día, que no pasó de bombones y flores aquella tarde que en que concurrí a su casa con la excusa de saludar a su hermano para su cumpleaños y fui víctima de su humor procaz.

“¡¿Cómo olvidarla?!, ¿cómo quitarme esta pasión eterna, si cada San Valentín, miro su retrato y la evoco, entre los pliegues de mi voz, que van leyendo sus palabras sobre el lienzo?...” le pregunté alguna vez a Oscar Wilde. Y él me contestó: “Procesa es un capricho, Alejo... y la única diferencia que existe entre un capricho y una pasión eterna es que el capricho es más duradero”.

Alejo Balducci, Londres, 2012.

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