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miércoles, 18 de mayo de 2011

Los verdaderos orígenes del Punk

La filosofía Punk puede resumirse en la frase: "Hacelo vos mismo y a tu manera". Rechazar los dogmas y no buscar una única verdad. Cuestionar y transgredir todo lo que nos rodea, y no actuar conforme a las modas y las manipulaciones mediáticas. La filosofía Punk propone pensar por uno mismo.

Me atrevería a decir, casi sin temor a equivocarme, que si lanzara al aire (y nunca mejor utilizado el verbo lanzar, por sus múltiples acepciones y el contexto) la pregunta: “¿y... cuándo se inició el movimiento punk?” muchos me contestarían que podríamos decir a finales de los años 60’, cuando una corriente de jóvenes, principalmente en Gran Bretaña, pero también en otros países industrializados, gestó el movimiento Punk como una burla a la rigidez de los convencionalismos que ocultaban formas de opresión social y cultural.

Y tendría que admitir que esos muchos estarían en lo cierto; pero no, no lo están.

Un puñado, quizá más conocedor de la génesis del Punk, me diría que el término se utilizó como título de una revista fundada en 1976 en Nueva York por tres jóvenes norteamericanos, John Holmstrom (de quien conservo aún una hermosa caricatura de mi persona que me hizo en el Central Park, tomando una Budweiser), Ged Dunn y Legs McNeil. Esa publicación recopilaba artículos sobre los temas que a ellos les gustaban: las reposiciones de series por televisión; beber cerveza; el sexo; las hamburguesas con queso; los comics; las películas clase B; y el extraño rock ‘n' roll.

Y no estarían errados... si no fuera porque sí lo están.

Aún mis amigos Gillian McCain y Legs McNeil (antiguo redactor en jefe de Spin y Nerve) en su libro “Por favor, mátame” (la historia oral del punk), afirman erróneamente (y cuando se los discutí, esto me valió su enemistad por más de veinte segundos) que antes del punk no había ninguna forma que tuvieran los jóvenes para liberar violentamente todo su descontento acumulado. Claro, todos ellos no tuvieron la fortuna que tuve yo, de ser de los pocos que podemos decir con orgullo que fuimos amigos de Cecco Angiolieri que, a mi modesta forma de pensar, es el primer artista Punk del que se tenga registro en la historia.

Cecco nació en Siena en 1260 en el seno de una familia de banqueros, y murió en... bueno, no sabemos cuando murió. Ni donde. Pero murió, porque cuando vi a sus hijos, Mío y Dios, me contaron que habían rechazado la herencia de papá porque tenía más deudas que bienes. De hecho, comentaron con gran pena mía, que tiempo atrás, Cecco había vendido su viñedo (donde tantas veces disfrutamos las mieses del vino en gran bacanal) a un tal Neri Perini del pueblo de San Andrés.

Si bien Cecco y yo coincidimos en la amistad con Alighieri, al que conoció en el contexto de las guerras entre Güelfos (los Welfen que apoyaron a la casa de Baviera) y Guibelinos (partidarios a favor de la casa de los Hohenstaufen de Suabia, señores del castillo de Waiblingen, de ahí su nombre), él se enemistó con Dante, y hasta lo criticó en uno de sus sonetos. De la manera en que era, Angiolieri, frívolo y desconsiderado, desordenado y dispendioso, con el ideal de una vida con sólo tres cosas: las mujeres, los bares y los juegos de azar, no podía compartir el “Dolce stil nuovo”, ni la visión de la exaltación de la belleza femenina (representada en Beatrice dei Portinari, la Beatrice de la Divina Comedia) como una forma de lograr alcanzar a Dios.

Su soneto más conocido, me atrevo aquí a transcribirlo con una traducción libre, que espero me sepan disculpar, contiene la esencia del Angiolieri auténtico, cultor de una poesía de argumento cotidiano y dialéctico, en tono humorístico y burlón que, como la filosofía Punk que la mayoría del mundo conoce, rechaza los dogmas y no busca una única verdad, cuestiona y transgrede todo lo que lo rodea, y no actúa conforme a las modas y el pensamiento mayoritario de su época.
Disfruten a Cecco, “Bon apetit”:

Si yo fuese fuego, ardería el mundo;
si yo fuese viento, lo azotaría;
si yo fuese agua, lo anegaría;
si yo fuese Dios, lo mandaría a lo profundo.

Aquí, se posesiona en todos y cada uno de los cuatro elementos (representa a la tierra como a Dios) y descarga su ira sobre el mundo circundante. Podría pensarse que trata de representar cómo la naturaleza, cansada del mundo que el hombre construyó, se toma revancha y se auto aniquila, acabando con todo lo que hay en ella, incluida la civilización humana.

Si yo fuese Papa, sería tan jodón,
que a todos los cristianos metería en quilombos;
Si yo fuese Emperador, ¿sabés lo que haría?,
a todos la cabeza, con mi espada cortaría.
En este fragmento desafía los dos núcleos de poder de su época, la religión y la política. Encarnando al Papa, manejaría a su capricho mundano la vida de los fieles seguidores, entendiendo por cristianos, no solo a la grey católica, sino a la humanidad toda; en la piel del Emperador, ostentaría el poder por la fuerza, decidiendo, de manera macabra, sobre la vida y la muerte del pueblo.

Si yo fuese muerte, visitaría a mi padre;
si yo fuese vida, me alejaría de él;
lo mismo haría con mi madre.

En este tramo desata su furia sobre quienes le dieron origen, los responsabiliza de la clase de hombre malo en que se ha convertido y les desea la muerte, quizá por haberlo engendrado y convertirlo en lo que es, un renegado absoluto. Pero también ataca una de las instituciones más sagradas de la vida medieval, la familia, esa familia que lo privó, con la educación y la formación, de todo divertimento.

Si yo fuese Cecco, como soy y he sido,
las mujeres jóvenes y hermosas tomaría,
y las viejas y rengas, para el vecino.

Finalmente, se asume como el individuo que es, y se define como amante de los placeres mundanos, a la vez que por oposición a los “estilnovistas” (cuyo máximo exponente es el Dante) no toma de las mujeres otra cosa que lo carnal y lo físico, dejando de lado el altruismo de conseguir la elevación moral que propone el Dante mediante la exaltación de la belleza de su “Beatriz”.

Espero que hayan disfrutado de este “artista punk”, y que hayan conocido a un poeta que muchos consideran uno de los primero Goliardos (hablaré de ellos cuando llegue a París).

Alejo Balducci, Siena, 2011.

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