Recuerdo como si fuera hoy ese primero
de octubre de 1943, yo estaba en Panamá junto a otros educadores de Argentina y
de América Latina, redactando los últimos conceptos, de lo que finalmente,
quedó escrito así:
“Considerando:
que es actividad fundamental de la Escuela la educación de los sentimientos,
por cuyo motivo no debe olvidarse que entre ellos figura en primer plano la
gratitud y devoción debidas al maestro de la escuela primaria, que con su
abnegación y su sacrificio guía los primeros pasos de nuestras generaciones y
orienta el porvenir espiritual y cultural de nuestros pueblos; que ninguna
fecha ha de ser más oportuna para celebrar el día del maestro que el 11 de
septiembre, día en que pasó a la inmortalidad, el año 1888, el glorioso
argentino Domingo Faustino Sarmiento, maestro de maestros, quien entre otras
valiosas ejecutorias que lo acreditan como insigne ciudadano de América cuenta
la de haber sido el primer Director de la centenaria Escuela Nacional de
Preceptores que abrió sus puertas en Santiago de Chile el 14 de junio de 1842,
Resuelve: Se declara Día del Maestro en todos los países del Continente
Americano el 11 de Septiembre”.
Y en ese preciso momento, recibí el
llamado de Juan Domingo Perón. Me felicitaba por acompañar a la delegación de
nuestro país y por la labor realizada, logrando resaltar la figura de Sarmiento.
Quién diría que estas palabras, seis
meses más tarde, influirían en la vida del “General” de una manera decisiva, no
sólo en el plano afectivo, sino también en el político.
Es que el 15 de enero de 1944, la
tragedia de un terremoto sacudió, literal y metafóricamente, a San Juan, y el
General (Coronel, en realidad) organizó un festival solidario en el Luna Park
para recaudar fondos para las víctimas, en el que participaron personalidades
de la época.
Muchos dicen que fue allí donde Roberto
Galán introdujo a Eva Duarte en la vida del por entonces Secretario de Trabajo.
Otros, mencionan al coronel Domingo Mercante, amigo, camarada y edecán, como
artífice de la presentación. Pero
ninguno sabe, que en un asado en su quinta de San Vicente, Perón me dijo:
“Alejo, he conocido a una muchacha que dice ser actriz. No es muy buena en su
arte, pero en sus ojos, en sus manos y en sus palabras, vi lo que en muchas otras
personas no encuentro: una pasión, una claridad con el objetivo buscado y una
convicción para lograrlo como si estuviera poseída por fuerzas sobrenaturales”.
-“¿De quién me hablás, Pocho?” -le
pregunté.
-“Dijo llamarse Eva Duarte. Su nombre
coincide con el de la primera mujer... ¡qué cosa! ¿no? ¿Qué me pasa, Alejo?”.
Y le dije, -“Estás ebrio”.
Y lo estaba... pero no por el tinto sanjuanino
que habíamos tomado. Me miró
circunspecto y proseguí, -“Pero ebrio de amor... fijate una cosa. San Juan es la tierra del
vino, y el 14 es el borracho, ¿no?”.
-“¡Qué preguntas! Claro... pero qué
tiene eso que ver con lo que te dije”.
-“Pero si está clarito. Es un mensaje del destino... ¿qué me
encomendaste que hiciera? Que proclamara la obra de Sarmiento. ¿De dónde es Sarmiento? De San Juan, la
tierra del vino que te embriaga. ¿Qué te
dio San Juan, a través de Sarmiento, cuyo verdadero nombre es Valentín, como el
Santo patrono del amor? A Eva, la compañera del Hombre, según Dios. Todo esto no es casual, es causal. Y deberías aceptarlo”.
Se quedó pensando, como sólo él podía
quedarse pensando, mientras se comía una banana con dulce de leche.
Casi dos años después, el 10 de
diciembre de 1945, para mayor precisión, parado junto al confesionario de la parroquia
San Francisco de Asís, de calle 12 y 68, en La Plata, el padre Bernardino Bermúdez, que poco antes
había tomado la confesión al General, previo a unirse en Santo Matrimonio con
Eva Duarte, me guiña el ojo y me susurra por lo bajo, “¿Cómo es eso que
Sarmiento se llama Valentín?”.
Alejo Balducci, Hamburgo, 1995.
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