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viernes, 18 de noviembre de 2011

Domingo no, Valentín


Recuerdo como si fuera hoy ese primero de octubre de 1943, yo estaba en Panamá junto a otros educadores de Argentina y de América Latina, redactando los últimos conceptos, de lo que finalmente, quedó escrito así:

“Considerando: que es actividad fundamental de la Escuela la educación de los sentimientos, por cuyo motivo no debe olvidarse que entre ellos figura en primer plano la gratitud y devoción debidas al maestro de la escuela primaria, que con su abnegación y su sacrificio guía los primeros pasos de nuestras generaciones y orienta el porvenir espiritual y cultural de nuestros pueblos; que ninguna fecha ha de ser más oportuna para celebrar el día del maestro que el 11 de septiembre, día en que pasó a la inmortalidad, el año 1888, el glorioso argentino Domingo Faustino Sarmiento, maestro de maestros, quien entre otras valiosas ejecutorias que lo acreditan como insigne ciudadano de América cuenta la de haber sido el primer Director de la centenaria Escuela Nacional de Preceptores que abrió sus puertas en Santiago de Chile el 14 de junio de 1842, Resuelve: Se declara Día del Maestro en todos los países del Continente Americano el 11 de Septiembre”.


Y en ese preciso momento, recibí el llamado de Juan Domingo Perón. Me felicitaba por acompañar a la delegación de nuestro país y por la labor realizada, logrando resaltar la figura de Sarmiento.
Quién diría que estas palabras, seis meses más tarde, influirían en la vida del “General” de una manera decisiva, no sólo en el plano afectivo, sino también en el político.
Es que el 15 de enero de 1944, la tragedia de un terremoto sacudió, literal y metafóricamente, a San Juan, y el General (Coronel, en realidad) organizó un festival solidario en el Luna Park para recaudar fondos para las víctimas, en el que participaron personalidades de la época.
Muchos dicen que fue allí donde Roberto Galán introdujo a Eva Duarte en la vida del por entonces Secretario de Trabajo. Otros, mencionan al coronel Domingo Mercante, amigo, camarada y edecán, como artífice de la presentación.  Pero ninguno sabe, que en un asado en su quinta de San Vicente, Perón me dijo: “Alejo, he conocido a una muchacha que dice ser actriz. No es muy buena en su arte, pero en sus ojos, en sus manos y en sus palabras, vi lo que en muchas otras personas no encuentro: una pasión, una claridad con el objetivo buscado y una convicción para lograrlo como si estuviera poseída por fuerzas sobrenaturales”.
-“¿De quién me hablás, Pocho?” -le pregunté.
-“Dijo llamarse Eva Duarte. Su nombre coincide con el de la primera mujer... ¡qué cosa! ¿no? ¿Qué me pasa, Alejo?”.
Y le dije, -“Estás ebrio”.
Y lo estaba... pero no por el tinto sanjuanino que habíamos tomado.  Me miró circunspecto y proseguí, -“Pero ebrio de amor...  fijate una cosa. San Juan es la tierra del vino, y el 14 es el borracho, ¿no?”.
-“¡Qué preguntas! Claro... pero qué tiene eso que ver con lo que te dije”.
-“Pero si está clarito. Es un mensaje del destino... ¿qué me encomendaste que hiciera? Que proclamara la obra de Sarmiento. ¿De dónde es Sarmiento? De San Juan, la tierra del vino que te embriaga. ¿Qué te dio San Juan, a través de Sarmiento, cuyo verdadero nombre es Valentín, como el Santo patrono del amor? A Eva, la compañera del Hombre, según Dios. Todo esto no es casual, es causal. Y deberías aceptarlo”.
Se quedó pensando, como sólo él podía quedarse pensando, mientras se comía una banana con dulce de leche.
Casi dos años después, el 10 de diciembre de 1945, para mayor precisión, parado junto al confesionario de la parroquia San Francisco de Asís, de calle 12 y 68, en La Plata, el padre Bernardino Bermúdez, que poco antes había tomado la confesión al General, previo a unirse en Santo Matrimonio con Eva Duarte, me guiña el ojo y me susurra por lo bajo, “¿Cómo es eso que Sarmiento se llama Valentín?”.
Alejo Balducci, Hamburgo, 1995.

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