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miércoles, 27 de abril de 2011

En alto mi bandera

Vengo aquí a hacer pública mi proclama.

Porque no es tiempo de declaraciones diplomáticas ni de fijar posiciones políticamente correctas, expresión idiomática que está de moda y se usa para hacer referencia a las declaraciones de aquellos que no son capaces de asumir una posición y defenderla, o de opinar jugándose por una facción, aunque esta no sea la que goza del favoritismo de la mayoría.


Sí considero que se ha llegado a un punto en el que no se puede pretender quedar bien con todo el mundo, o coincidir con el gusto de la mayoría. Creo firmemente que lo que está faltando en la Argentina de hoy, como en aquella de 1872, es alguien que se juegue, vehementemente por las causas justas. Con el corazón exaltado, a punto de salírsele del pecho a uno. Con el puño apretado, lleno de verdades que brotan por la boca con la voz en alto, sin mesura.


Alguien que se juegue entero por las propias convicciones.


Recuerdo que en aquella época, de gran agitación política, donde en nuestro país había muchas cosas en juego y muchas otras por definirse, con José Hernández hablamos mucho de estos temas. Si algo tengo para envidiarle a él, sanamente, era su gran elocuencia para representar un pensamiento.


Un día vino, luego de haber estado departiendo sobre esta idea, a mostrarme un fragmento que escribió antes de irse a dormir y que, para mi sorpresa, luego incluyó en lo que a la postre sería su Obra Cumbre. “Alejo, fijate si esto que escribí, se parece a eso que estuvimos hablando ayer sobre tomar partido por el bando correcto, que es aquel de las propias convicciones, forjadas en el coraje y la integridad inherentes a una vida independiente” –me dijo, al tiempo que me acercó sus manuscritos.


Y así, leí el recordado momento de El Gaucho Martín Fierro, en que Cruz, que había ido a atrapar al gaucho matrero, prófugo de la justicia, viendo la desventaja evidente en el enfrentamiento, en el cual, cinco policías rodean al rebelde, decide emparejar la balanza, y armado solo de un facón, se pone a luchar al lado de Martín Fierro. No era fácil para Cruz tomar esa decisión y bancarse la parada. No será fácil para mí tampoco, pero qué importa si uno, al igual que aquel personaje de mi querido José, toma partido solo guiado por su rectitud, por su convencimiento de lo que es correcto, por su razón del equilibrio y no por el facilismo de la conveniencia.


Yo sé que muchos, por no decir casi todos, se opondrán a mi pedido. También sé que aquellos en cuyas manos está el poder para hacer caso a mi pedido, harán oídos sordos al mismo, escudándose en la demagogia de decir que es el soberano, el “respetable”, el que elige, cuando en verdad sus razones son más oscuras, más materiales.


Pero no puedo dejar de enarbolar mi bandera, y gritar a los cuatro vientos, ¡BASTA, BASTA, BASTA Y TRES VECES BASTA!, así, bien grande y con caracteres capitales.


Que se entienda lo que digo, y que se me dé por constituido firmemente en mi negativa a seguir tolerando que se emitan más ediciones de Gran Hermano.




Alejo Balducci, Amsterdam, 2011.

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