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lunes, 21 de febrero de 2011

Epitafio

A medida que pasa el tiempo las personas comienzan a pensar en asuntos que, anteriormente, jamás se les cruzarían por la cabeza. Bueno, este no es mi caso. Desde siempre estoy con el convencimiento absoluto que cuando me muera (y elijo este término porque tengo una inclinación irreverente y molesta hacia el humor negro) mi epitafio dirá “Vi luz y entré”. Porque no veo mejor manera de continuar con toda una vida en la cual me caractericé por tener buen humor, que siguiendo así aún después de haber vivido. Además creo que una de las cosas más grandiosas que podemos hacer por nuestros prójimos es generar una sonrisa. Y más en un lugar en el cual las sonrisas se ausentan tanto, como son los cementerios, por ejemplo. También tengo otra idea y que me entusiasma más, y es que me cremen (hablo de fuego y no de crema, porque engorda) y las cenizas en las que me convierta sean arrojadas en el estadio de Sarmiento de Junín (llamado Eva Perón, por si algún despistado no sabe dónde dirigirse).

Así, cuando quieran visitarme pagan el abono y, de paso, colaboran con el club.

Por otro lado, más de una vez me detuve a pensar qué tan cerca estoy de cometer alguna locura. Y siempre llego a la misma conclusión. Soy una persona que sufre mucho el calor, no le simpatiza el verano (por suerte se compensa con la actitud que le pone la gente a esta estación, para volverla tolerable) y por sobre todas las cosas, que se ve propensa al desgano total durante estos tres meses del año, a tal punto que el libro que usted tiene en sus manos fue mayoritariamente escrito entre abril y noviembre (aunque estos datos son fácilmente refutables, pero su revelación pondría en duda la veracidad de mis restantes palabras). A lo que voy, es que el día en que yo pueda cometer un homicidio, por ejemplo, un dato relevante es que la temperatura ese día supere los 45 grados centígrados. Si está fresco, seré inocente.

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