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lunes, 21 de febrero de 2011

Manual de conquista. Parte 1.

Antes de comenzar este abordaje que trata precisamente del abordaje (y no solamente que valga la redundancia, sino que además cotice), es necesario aclarar algunas cuestiones que, de no ser así, provocarían en mi persona los más inesperados ajusticiamientos.

Primero y principal, las mujeres merecen el mayor de los respetos, son sin ningún tipo de dudas el sexo fuerte, y precisamente por eso, es que tenemos que tener instrucciones concretas para saber utilizar las pocas armas con que disponemos para cometer nuestra finalidad y desempeñarnos con precisión. Quien no tenga como ley básica y regla inquebrantable este pensamiento, sale a la cancha con un jugador menos y sabe que el árbitro está irremediablemente comprado por el equipo contrario. Metafóricamente hablando, somos David (nombre propio masculino, por cierto) y ellas son Goliat (inevitablemente vienen a mí recuerdos de alguna que otra señorita que además guarda un cierto parecido fisiológico con este personaje de la historia bíblica).

Por otra parte, y dada la marcada diferencia entre ambos sexos a la hora de seducir, de denotar intereses, llevar a cabo métodos de conquista, y por sobre todas las cosas, de saber utilizar en el momento y lugar indicados la inteligencia pragmática, es que mi extensa enseñanza (en base a mi ardua y a veces criticada experiencia) se centra sobre el aspecto femenino. Para ser conciso, a lo que me refiero es que a los hombres se nos conquista de manera automática, somos más simples en ese sentido. Si la chica es bella, es inteligente, y le sobra actitud, listo, no hay dudas en aceptar cualquier invitación y disfrutar de los inminentes acontecimientos. Si el hombre no acepta ni hay “peros”, entonces existen dos posibilidades: no se siente atraído o tiene tantos problemas rondando su cabeza que no tiene la menor idea de cómo debe resolverlos.

Ya que en el anterior párrafo hice mención a la actitud, me siento cuasi obligado en dejar bien expresado uno de los lemas fundamentales para considerar en el transcurso de nuestra vida. Este consiste en saber y tener presente en cada aspecto y rubro en el cual uno se desempeñe, que la actitud es primordial. Siempre digo que en una persona, el 50% es actitud. Es así entonces, que teniéndola, uno ya con algunas características que aportar a este porcentaje, cuenta con grandes posibilidades de que le resulten favorables muchas situaciones que se presentan solo como oportunidades y consiga grandes resultados para lo que se proponga. Y ante la desgracia de no poseer muchos valores, con mucha actitud se logra poner en igualdad de condiciones el camino elegido.

La actitud, para clarificar un poco el concepto, es saber utilizar las armas que uno dispone, resaltar la naturaleza, denotar el carisma con que se cuenta, demostrar la onda o energía que se tiene, no disimular lo que quiero y mostrar que lo quiero ya. La actitud es lo que genera que otra persona note la presencia de alguien sin siquiera haberlo visto con sus ojos. La actitud se transforma en energía dispuesta a ser manipulada a pleno antojo. Traspasa la barrera del idioma, por ejemplo. Una persona sin actitud difícilmente logre conquistar a otra si no maneja el mismo dialecto, partiendo de la base que es poco probable que siquiera se fijen en el primero.

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